Mí querido compañero de armas:
Te escribo esta carta desde un sitio en el que ya sólo
hay paz.
Echo de menos las noches en las que a la temblorosa
luz de las velas, diseñábamos la estrategia perfecta
para derrotar a nuestros invasores.
Echo en falta aquellos tiempos en los que combatíamos
las frías noches encendiendo un fuego mágico en
nuestra tienda de campaña.
¡Cómo nos compenetrábamos! Tú, previsor en racionar
las provisiones; yo, con la cantimplora siempre llena
de agua.
Siempre me mirabas con orgullo y me contabas cómo
derrotaríamos a todos nuestros monstruos, luchando
espalda contra espalda.
Tú, la espada siempre afilada; yo, el escudo,
intentando que las heridas no me dejaran marcas y
además, siempre protegiéndote.
En cierta ocasión me mutilaron…esos días estabas
distraído no sé si por mi dolor o porque no podía
luchar a tu lado. He de agradecerte que siempre
limpiaras mis heridas, y también la ilusión que
mostrabas y la sonrisa que se dibujaba en tu rostro
cuando entonaba nuestro himno.
En nuestras noches nos preguntábamos cómo moriríamos.
No sé por qué me fié… Siempre exhibí frente a ti las
cicatrices que otros compañeros me dejaron.
Pero, mi amor, jamás pensé que tú llevabas la bala que
pondría fin a mis días…
Te escribo esta carta desde un sitio en el que ya sólo
hay paz.
Echo de menos las noches en las que a la temblorosa
luz de las velas, diseñábamos la estrategia perfecta
para derrotar a nuestros invasores.
Echo en falta aquellos tiempos en los que combatíamos
las frías noches encendiendo un fuego mágico en
nuestra tienda de campaña.
¡Cómo nos compenetrábamos! Tú, previsor en racionar
las provisiones; yo, con la cantimplora siempre llena
de agua.
Siempre me mirabas con orgullo y me contabas cómo
derrotaríamos a todos nuestros monstruos, luchando
espalda contra espalda.
Tú, la espada siempre afilada; yo, el escudo,
intentando que las heridas no me dejaran marcas y
además, siempre protegiéndote.
En cierta ocasión me mutilaron…esos días estabas
distraído no sé si por mi dolor o porque no podía
luchar a tu lado. He de agradecerte que siempre
limpiaras mis heridas, y también la ilusión que
mostrabas y la sonrisa que se dibujaba en tu rostro
cuando entonaba nuestro himno.
En nuestras noches nos preguntábamos cómo moriríamos.
No sé por qué me fié… Siempre exhibí frente a ti las
cicatrices que otros compañeros me dejaron.
Pero, mi amor, jamás pensé que tú llevabas la bala que
pondría fin a mis días…